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miércoles, 2 de octubre de 2013

la "69"

Campeonatos 2005 / 2006

Categoría: 2ª Femení

Equipos: St. Quirze - Pradenc



Siempre me agradó conducir y pasear por la campiña catalana. Había días que iba con más tiempo a los partidos para disfrutar un poco de relax antes o después de la faena. Llevaba mi cámara de fotos o simplemente buscaba senderos y recolectar algunas bayas de mora, fresas o setas.
En un partido de féminas, además, estaba el aliciente de que los partidos eran más relajados, no tan exigentes físicamente y también el “entorno” dentro del campo.
En la revisión, las mismas jugadoras están algo incómodas si les dirige el partido un hombre. Desde el momento de entrar al campo y la revisión de fichas.
En el acto de presentarse, las jugadoras observan todos tus gestos.
Aunque es un protocolo a cumplir en todos los partidos, a veces es distendido y llevadero, otras es algo más tenso. Como se ha de revisar si el equipo está en orden (espinilleras, cordones, el número de camiseta que se corresponda con la ficha presentada, sin anillos, aros u objetos que puedan ser peligrosos, etc) ya había hecho un método para la revisión en partidos femeninos. Alertaba inicialmente y en general: “por favor, quitados cualquier anillo, collar, pulsera, aros o pendientes o piercing que pueda lastimar a alguien, igualmente, las espinilleras bien puestas y camisetas”.
Me evitaba así que ellas creyeran que me fijaba especialmente hacia alguien -o sus espaldas, o más- y hacía más relajado ese trámite.
Colocaba las fichas frente a mí y con ello enseñaba que no me fijaría en ellas más bajo que sus camisetas y el número en ellas.
Al final de la alineación de un equipo, la “69”. Una mujer guapísima, rubia, alegre, ojos llamativos y unas pocas pecas sobre los pómulos. De su físico no diré más que era la mejor desarrollada de cuanta jugadora he visto. Me sonreí con el entrenador al revisar el número. Él también me sonrió diciendo:
-ése número me lo pidió ella misma.
Hay veces que en el golpe del balón al cuerpo suelen llevarse los brazos al pecho y protegerse. Es un gesto natural en ellas. Ese mismo gesto en los hombres es sancionable como “una mano”, si es intencionado.
En este partido, mi visión siempre se desenfocaba para caer sobre la “69”. “¡Qué mujer más guapa!”. Y en seguida mi profesionalidad que me llamaba al orden. Recitaba mi salmo: “Concentración! Concentración!” incontables veces.
En partidos de varones te cuidas de no chocar con ellos puramente por tu integridad. En estos partidos de damas es, además, por decoro. En aquellos partidos pueden esos jugadores agradecerte o aceptar tus decisiones con una palmada a los hombros o en las espaldas. O hacer lo mismo el árbitro. O acercarse ambos y hablar tranquilamente en alguna pausa del juego. En estos otros partidos, eses gestos son imposibles.
La “69” era una jugadora de medio campo, corría bastante rápido, controlaba el balón con habilidad y dejaba a las compañeras lugar y juego.
En una recepción de la pelota desde arriba, controla ésta con el pecho y le deja caer a sus pies. En vez de seguir jugando el balón se agacha sobre sus tobillos y llevó su mano izquierda a su pecho con gesto de dolor en la cara. Varias compañeras y contrarias se le acercaron. Como muchas jugadoras se desentendieron del juego de fútbol para interesarse por la compañera, decidí interrumpir el juego, puro gesto de gentileza.
Confieso, quizás era mi parte no profesional que se interesaba más por la persona que por la jugadora.
Al acercarme a distancia prudente para saber qué le habría sucedido les escucho comentar.
-es justo sobre el pezón!, donde está el piercing!
Pude controlar mi tormenta de ideas y luego me quedé pensando: ¡si les dije de los piercings! ¿O había que revisarles?

A los pocos minutos di por acabado el partido. Ese incidente no lo reflejaría en el acta. Sería perjudicarle. Algunas jugadoras se me acercaron a saludarme con apretón de manos y saludar asimismo a otras jugadoras. La “69” se dirigió directamente hacia otra joven del público, le saludó afectuosamente con beso en los labios y la joven del público llevó su mano sobre el pecho que recibió el impacto.

El ejemplo de los mayores

Campeonatos 2005 / 2006

Categoría: Cadete

Equipos: Olost - Campdevànol


En algunos partidos daba indicaciones y observaciones por tal o cual jugada o por alguna conducta
Si en algún partido indicaba a un jugador que fuera menos violento o más considerado con el adversario, al siguiente partido veía como otro jugador perdía una ocasión ventajosa por ser considerado.
El público a veces reacciona bien, otras mal y otras peor. Si un pequeño tiene una bota desacordonada haces esperar la reanudación del juego hasta que esté en orden su vestimenta. No es cuestión de decoro, un cordón pero el mismo gesto de arrodillarse ante el jugador produce un efecto muy positivo entre los padres. El árbitro no es tan malo, dirán. A veces el ejemplo de los mayores cunde bien.
En el campo del Olost mi hijo, que también ejercía de árbitro, era tan desaprobado como su padre.
El entrenador del Campdevànol ya lo vio desde el momento de preparar las fichas federativas antes del partido.
El partido fue protestado hasta el hartazgo. El único culpable sería el árbitro. Ninguna decisión fue bien recibida. Aunque recién comenzara el partido y estuvo ganando el equipo local, nada era del gusto del público ni jugadores locales.
El delegado y entrenador visitantes estuvieron todo el partido casi  inmovilizados, apabullados por la presión del público local.
Finalizado el encuentro vi que el público local comenzó a juntarse en las inmediaciones de la salida del campo hacia los vestuarios. Me acerqué al entrenador visitante para tranquilizarle
-cuídate de tus jugadores, ya me arreglaré- pensé en esos instantes que los mayores habíamos de cuidar de los menores. Ese ejemplo quizás no cundiría.
No me creyó la parte de que me las arreglaría, sí me creyó que debía irse rápido y tener cuidado con sus jugadores.
Continué camino a los vestuarios y al pasar entre dos jugadores que se acercaban amenazantes apuro más el paso para esquivarles. Desde detrás y por mis espaldas recibí un empujón. Ese empujón era con la firme intención de hacerme trastabillar pues estaba en lo alto de dos escalones que descendían a la entrada de los vestuarios. Como mi condición física y de nervios estaban bien alertas y templados, hice rápidamente el salto de los escalones y giro para ver el origen de ese empujón.
Los jugadores locales estarían en pleno a menos de dos metros atentos a mi movimiento.
La decisión fue rápida y clara: salir de allí. No era el momento de enfrentarme a ellos, pedirles explicación del empujón o llamarles al decoro o buenas maneras.
En los vestuarios siguieron las protestas, actitud normal para los de ese campo. En otra ocasión, como tampoco les agradaron mis maneras o decisiones, se retiraron rápidamente del recinto donde estaban los vestuarios dejándome con la única opción de saltar por una pared para poder ganar la libertad de irme de allí.
Como el incidente del empujón y los gritos de jugadores tuvieron que ser reflejados en el acta, los padres y directivos tomaron la contra ofensiva de hacer una denuncia por agresión a un jugador, un menor en estos casos.
En la ocasión que el juez me preguntó en privado, antes de celebrar vista y juicio, sobre los sucesos, di mi versión.
-me empujaron por detrás, en seguida me recompuse, miré por el origen del empujón, vi a la muchedumbre amenazante y decidí que lo más inteligente sería irme a los vestuarios.
Se celebró el juicio pues había una posible agresión a un menor. El jugador y el padre dieron la misma versión, el árbitro siempre hace mal su tarea y siempre es problemático y agredió al jugador.
Ampararon esa acusación en un parte médico. De mi parte no pude aportar más testigos. Los jugadores y entrenador a los que pensé que ayudaba al decirles que se retiraran no comparecieron en el juicio, habrán visto que no era nada que les pudiera afectar. En ese caso, mi ejemplo no cundió.
En el momento de la vista me volvió a preguntar el juez sobre mi versión
-me empujaron por detrás, en seguida me recompuse, miré por el origen del empujón, vi a la muchedumbre amenazante y decidí que lo más inteligente sería irme a los vestuarios.
Al sentarme me di cuenta que al decir eso había usado las mismas palabras y gestos.
El juez tomó la palabra luego de haberles dado el turno a abogados y fiscal. Dijo resumidamente que era imposible que el árbitro sólo y entre esa gente exaltada pudiera agredir al jugador.
Apoyó su suposición en la falta de testigos que pudieran dar fe e una patraña de esa dimensión.
También hizo una observación al padre -supongo que por el ejemplo que se daba a un menor- que acusaba al parecer, por sólo la aversión al árbitro continuando una mentira junto al hijo,.

viernes, 27 de septiembre de 2013

por una cabeza


Campeonato: 2000/01
Categoría: Cadete
Equipos: St Julià-OAR






Por suerte, no todos los partidos son pesados, aburridos, mal acompañados, violentos o memorables.
Hay veces que más valdría la pena haberse quedado en casa leyendo, viendo una tontería en el televisor o salir a pasear por donde Dios quisiera.
En el partido que reseño no estuve muy bien aclamado por el público. Puede que hayan tenido razón. Lo más seguro que no fuera así y que con ello se justificara su conducta. Fui abucheado desde bien inicio del juego y en cada decisión que tomaba.
De camino a los vestuarios, luego de finalizado el partido, varios del público se acercaron al lugar por donde había de pasar para retirarme del campo. Continuaron con insultos y amenazas, no era por remediar ni mejorar nada, ni intención tendrían de hacer eso.
Me rodearon haciéndome difícil el avance y entre varios me gritaron. Vaya valentía, pensaba entre mí. Un poco a la distancia y casi si moverse me gritaba un hombre de avanzada edad. Yo, ya había superado al grupo de fanáticos que quedaron retrasados. Al acercarse el hombre, bastón en ristre y en mi dirección, le miré interrogando. Qué quieres? … o que piensas hacer con esa amenaza?.
Mala idea. Al detenerme, quizás para enrostrarle al hombre su conducta, se volvió a abalanzar sobre mí el grupo de personas que antes me molestaron. Me tomaron de los brazos inmovilizándome y me llevaron casi sin tocar mis pies el suelo hacia el vestuario.
Menudo provocador es éste árbitro, pensarían ellos, habría que sacar del campo -y del arbitraje- a una persona así de violenta. En esos momentos de tensión ya temía por mi integridad y no podía decidir entre la defensa o esperar el primer puñetazo.
Por debajo y por mi lado izquierdo sentí la puntada de una patada que entre los que me forcejeaban se coló. Era el momento que se reacciona o se aguanta el embate.
Estaba inmovilizado del torso para arriba, sujeto por mis manos y brazo derecho. El único punto de movimiento que me quedaba eran mis pies y el codo izquierdo, flanco de donde provino el puntapié. Desde ese ángulo un hombre que me superaba en 15 centímetros me miraba desafiante. Con rápido cálculo y más rápido movimiento, le golpeo la cara con el codo que sabía que tenía sin confinar.
Con extrañeza, el hombre me soltó y llevó sus manos a la boca que estaba ya sangrante. El resto del grupo me soltó, quizás temiendo un desenlace pugilístico, quizás extrañados que esa sola persona, entre el forcejeo de varios haya reaccionado así y herido a uno de ellos. Rápidamente me colé en el vestuario y el grupo se disolvió.
De regreso a la delegación comenté lo ocurrido y lo puesto en acta con el delegado de árbitros de la comarca. Otra persona del público visitante también le confirmó mi historia.
A los pocos días se presentó -ante ese mismo delegado- el señor que tuvo la mala suerte de recibir mi codazo. El labio superior inflamado y con una cicatriz muy visible.
El delegado recordó rápidamente la anécdota, ubicó el papel de ese hombre y se figuró la situación que le relaté.
-Mira lo que me hizo el árbitro argentino
El delegado, sin hacer el gesto de invitarle a sentarse, le miró sonriendo desde la distancia. Dejó unos instantes para teatralizar más la situación. Se figuró el forcejeo entre varias personas y ésta en especial que era de estatura alta.
-Sí, ya me contaron lo que pasó… Y tú; que estabas haciendo?

miércoles, 11 de septiembre de 2013

una de cobardes

(Con permiso de quienes conocen esta historia)

De joven hacíamos diabluras y disparates sin reparo ni escarmientos. De niños éramos tremendos, pintábamos los coches con aerosoles, de más grandes, tremendísimos. En el Liceo Militar cumplí la edad difícil de la pubertad. Nos burlábamos de la autoridad, la cultura… de los compañeros. Y si no fuera por ciertos códigos, quien sabe hasta dónde habrían llegado nuestros desvaríos.
Estábamos en formación de revista y un oficial intentaba imponer su autoridad. Creo que mal, pues ni me recuerdo el tema que hablaba. Su calva relucía al sol cuando no usaba la gorra reglamentaria. Y como en otras ocasiones no faltó el necio que gritó en la cobarde lejanía: “¡PELADO!”. Era el compañero a mi lado en la formación. La fatalidad hizo que pasara en ese preciso instante otro oficial de rango superior y le oyera.
-¡Quién ha sido!- bramó de inmediato. El compañero a mi derecha ya había enrojecido y comenzaba a hacerse más bajo y a temblar.
-¡Quién ha sido!... ¡o haremos echar a la mitad de la compañía!-
Ya pude sentir el miedo del resto del pelotón. El oficial se acercó a mi pelotón sabiendo el origen del grito y quedó en silencio mirándonos con desprecio y quemándonos con sus ojos. Rugió una vez más su pregunta y mi compañero ya estaba lagrimeando.
-He sido yo, mi Capitán- murmuró otro compañero. Le arrastró por la solapa hasta el calabozo donde pasó la noche más triste de esa academia.
El oficial que podría sentirse sobrepasado por los hechos o la resolución tajante de su superior, se quedó en el patio frente al resto de la compañía. Nadie hizo un movimiento, todos escuchamos un silencio macabro que habría suspendido cualquier brisa.
-Espero que todos aprendamos de esto. Y el que realmente dijo “pelado”, aparezca.
Dijo luego de una eternidad de minutos.
Allí algunos de los que estábamos, supimos de la gracia y la cobardía. Y como caballeros de acción y códigos, algo haríamos.
Al camarada arrestado le visitamos casi todos. Los amigos por los que arriesgó su carrera y otros, por los que no lo hubiera hecho. Y además le visitó el oficial insultado.
-Ya sé que no fue Ud., cadete- y sin más explicación le dejó la cena.
El cadete que cargó en sí el momento de tensión ganó una noche de calabozo y nuestra admiración. Sus padres no supieron de esa anécdota. Sólo soportaron dos fines de semana de arresto, ya sabían que su niño era de los “revoltosos”, sólo vieron en la hoja de conducta un tema de “desobediencia”.
El compañero que se escondió tras el insulto no duró una semana pues no soportó la presión de compañeros y oficiales, sabedores de su cobardía. Tal era su bravura, y tal era nuestro desprecio a los cobardes.

Una historia que recuerdo repetidamente en plena labor y desde el centro del campo de fútbol.
Uno o varios del público (a veces una o varias) lanzan insultos, desprecios o provocaciones.
“¡mira que es malo este árbitro!”, “¿has visto la manera en que corre?”, “¡vergüenza, debiera de darte!”, “¡ven aquí si tienes cojones!”… en el índice puedo poner una veintena que con pocas variantes se repite en todos los pueblos y cualquier año. No se dicen por mejorar una situación, corregir cosas que puedan subsanarse o dejar una apreciación o enseñanza. De ingenuos sería querer aproximarse a esas ideas.
En ocasiones se cae en la tentación de intentar aceptar esas conductas por la vía de la justificación. “uno va al campo a desahogarse”, “hay que defender al equipo”, “son así” o cuantas otras excusas se digan para poner una “razón” a ese comportamiento.
Si el público del partido se compusiera de esa “sola” persona, sin nadie más… nada de esto ocurriría. Las personas que se sienten con la “bravura” de insultar desde la distancia y entre iguales al árbitro, no respaldarían sus insultos si debieran de identificarse o defender en solitario sus palabras.
Incontables veces soporté ese error ajeno y hasta pensé en la posibilidad de si esos insultos continuaran en agresiones físicas luego de un partido. En todas esas veces el revoltoso se iría a tomar una cerveza al bar y hablar de bueyes perdidos con otros mientras el árbitro cargaba con la amargura del agredido.
Tal es la bravura del que lanza el insulto “por mi equipo”, “por mi hijo”, “por que el árbitro siempre hace así de mal” que no dará su nombre o responderá al llamarle a la calma. 

Enric

Campeonato: 1999 / 2000

Categoría: 3ª Regional

Equipos: Campdevànol - La Cabra

Enric era el mejor delegado que pudieras encontrar al entrar al campo. Si actuaba como delegado local o visitante, la calma o al menos un poco de buena conducta estaban garantizadas.
Si el partido era en su propio campo, se aposentaba en el bar y desde allí controlaba todo, público, jugadores…
El campo de fútbol fue construido con gravilla sobre lo que antes sería un sembradío de patatas. Vestuarios pequeños, ninguna gradería ni bancos para el público, las esquinas de los corners siempre rodeadas de césped, y sin banderillas, varios regueros e irregularidades por donde se escurría el agua de las lluvias a medio campo, las marcas laterales y que delimitaban el campo, en trazos irregulares de tiza y los puntos de penal, inexistentes.
Si, era un campo con muy poca dedicación, o bajos presupuestos, verdadera muestra de quienes se reúnen a jugar, otros lo hacen para ganar.
Enric era un hombre pacífico que en sus años mozos jugaba y disfrutaba jugando junto a su hermano. Su hermano no estaba, físicamente. Siempre le recordaría. Al lado de ese mismo campo perdió la vida cruzando la carretera. Quizás en ese funesto momento, pensaría en un partido entre amigos y su hermano.
En el partido en Campdevànol los simpatizantes locales padecían el frío de pleno invierno y “calentaban” el ambiente con malos modales. Nada importante, sólo palabras de ironías para molestar al árbitro y a algún jugador rezagado.
- a ti sí que te vamos a calentar! - dijeron en más de una vez
Ni caso les hice. Una amenaza de las Standard. Me concentré más en las jugadas y así, algo bueno hacía el público al fin de cuentas.
Al salir del campo de juego, luego de finalizado el partido, Enric se acerca en ademán de saludarme. Ya le conocía, lo hacía para colocarse entre público y árbitro, evitando malos encuentros. Cuando encajamos el apretón de manos le digo:
- Hace frío!, conviene que me caliente!
Enric mostró su sonrisa siempre agradable y entendió la broma.
En los vestuarios se acercan los delegados y hablamos del encuentro. Cero lesionados, el mejor resultado. El delegado local invita unas bebidas para antes de irnos a nuestros respectivos hogares. Todos aceptamos. Ya en el bar Enric recuerda partidos y amigos. Entre mí sabía que recordaba a su hermano y los partidos en que él ya no le acompañaba. Dijo en su catalán de siempre:
- Tant de bo si tots els partits acabessin així!. Salut! senyors




martes, 10 de septiembre de 2013

la Verdad

Campeonatos 2004 / 2005

Categoría: 3ª Regional

Equipos: Seva - OAR


Hacer de árbitro de fútbol es dedicarte en cuerpo y espíritu a una labor.
No digo que sea la mejor labor que se pueda encontrar, o el mejor pasatiempo o trabajo.
Algunos trabajos tienen buen rendimiento. Vas pulcramente vestido, comentas las noticias en una oficina bien calefaccionada o refrigerada, según sea la época, departes con compañeros de usos, costumbres deportes, política, televisión, farándula, tiempo, hijos, etc. Y todo en un horario diurno normal y a fin de mes cobras un sueldo. Algunos más sueldo si la tarea está bien cualificada o el puesto está bien presentado o la recomendación estuvo bien dada.
Hubo veces que me dijeron los delegados o entrenadores que nunca harían de árbitro.
- siempre te están molestando, exigiendo. Nunca lo harías bien o a gusto de todos. Si pierden, será por tu culpa. Los lesionados, también.
Algunas veces comparé la tarea de un árbitro a la de un juez y a veces a un verdugo. Has de aplicar unas normas te gusten o no. Y menos gusto tendrán los que son víctimas de esas normas.
Pero ante todo, la verdad. En un acta habrías de relatar con suficiente detalle todos los percances que pudieran pasar en un encuentro. Una pelea entre el público, conductas, o faltas de conducta entre los jugadores, suplentes, entrenadores, delegados y distintos tipos de auxiliares que convergíamos en un partido. Después de todo, lo que se reflejara en esos renglones y si se extendía en un anexo  serían tomados como “verdad”, esa era la principal responsabilidad que debías transmitir.
El objetivo principal en el campo es tener el partido controlado, en pocas palabras. Pero fuera del campo habrías de ser veraz. Presunción de veracidad, como se diría de un policía.
El partido de Seva se desarrolló normalmente hasta que un jugador por puro exaltado comete varias faltas. Amonestación y luego continúa en sus trece. Segunda amonestación y a la calle. El jugador, mostrando toda su furia viene en mi dirección y con el gesto de golpearme forcejea con sus compañeros. Ni lento, ni perezoso, yo arranco con mi andanada de trompazos y ambos acabamos en brazos del resto de jugadores que nos separan de tan viril deporte.
En el acta reflejo que el jugador se acercó a agredirme y comenzó la pelea. La verdad la dejaría para más adelante, supuse.
Al llegar esa misma tarde al Colegio de Árbitros me llamó el responsable de las asignaciones de partidos y me pregunta:
- en el partido del Seva, ¿qué pasó?
Deduje que ya habría estado al tanto de los sucesos y en ese mismo momento le relaté lo ocurrido
- al verse que estaba expulsado se vino para pegarme, pero yo le pegué antes
- y qué has puesto en el acta?
- que él comenzó la pelea
- no hay problema, ya estará bien.
Me tranquilizó al ver que yo le contaba los detalles de lo acontecido y que en definitiva, era yo el que debía soportar el percance en el campo y defenderme o resolver.
- es que al que golpeaste es mi sobrino. Dijo, mientras yo abría los ojos como platos. Y luego agregó:
- no te preocupes, siempre es así

patillas

Campeonato: 2004 / 2005


Categoría: Infantil

Equipos: Pradenc - OAR


Hubo una temporada que mi cabellera brillaba por su ausencia. Bien, la que brillaba era mi calva. No tenía pelo por la cara ni por la calva. Quizás experimentaba los cambios de aspecto. Realmente, no tenía mucho que peinar, mi calvicie ya rondaría el 70% de lo que era antes cabellera.
En esa época muchos habían cambiado mi apodo. Anteriormente era el “argentino” para los amigos. El resto de apodos variaban entre lo soez y lo ridículo. El nuevo apodo era “Colina” en referencia al árbitro italiano internacional que paseaba su calva por los campos internacionales.
El partido de infantiles que reseño era en un día especialmente fresco. Antes del encuentro los padres ya se juntaron en el bar a tomar un café o un café y coñac o un coñac sin café. Al pasar saludé y obtuve en respuesta algunos gruñidos. ¿Conocidos?, me pregunté. Estarán calientes por unos minutos y más habladores, o gritadores, el resto. A veces ese acaloramiento se expresa.
Al poco de comenzar el juego un grupillo de padres de los jugadores se daban ínfulas mutuamente y gritaban contra cualquiera de las decisiones que tomaba. Uno, no puede mostrar desprecio hacia esas actitudes. En estos partidos, el resultado sería lo de menos. El motivo de acompañar a los chavales al juego debía de ser el darles apoyo por hacer deportes, acompañar a los compañeros, hacer una salida en familia a un paseo por las comarcas. Pero esas intenciones se olvidan así de fácil. Un error o una apreciación diferente pueden desencadenar la sensación latente de un disgusto o la idea de que el árbitro “es el malo”.
Ese disgusto que me daban esos padres “se demostró”. Quizás por gestos, miradas y a veces con indicaciones que no fueron bien recibidas y tampoco bien dadas.
Uno de los padres del grupillo, entre gritos e insultos, le indica a otro que se sitúe cercano a una portería, algo alejado de donde estaban, para continuar molestándome. Debían de abarcar un buen abanico y hacer su presión, deduje.
Así lo hizo ese hombre. Pobre hombre, pensé, si aceptara alguna indicación sería por hacer algo que valga la pena, no para esa macabra conducta. Se situó a un costado de la portería y desde allí recomenzó su diatriba.
- ¡eres malo!, vaya H… de P…
- el H… de P… eres tú. Respondí viendo su tosca actuación y encendiendo su asombro
Nadie podía creer que el árbitro pudiera insultar al público. Lo normal era lo contrario.
Arropado en un abultado abrigo y en su ínfula el hombre pasó la valla de separación del campo y se dirigió a mí a la carrera con su sana intención de defender su mancillado orgullo ante sus vecinos. Tomé rápidamente en cuenta su estatura, su dirección, sus pasos dudosos y que yo ya estaba los suficientemente relajado tras 20 minutos de partido. Relajado, atento y con la circulación a punto.
No pudo acercarse a menos de 50 centímetros pues una andanada de mis golpes y trompadas le llovieron antes de que pudiera él reaccionar. Entre todo esto yo evalué donde estaba el resto del público, el delegado de campo y de estar a suficiente distancia de los pequeños jugadores que asistían a esa sesión de pugilato en un campo de fútbol.
Mientras duraba la refriega, que recuerdo que estaba viviéndola con demasiada claridad y parsimonia, vi que algunos papeles y un bolígrafo saltaban por los aires. “Esos papeles y el boli no son míos”, pensé. Normalmente todo eso lo tengo bien ajustado y cerrado bajo velcro por si llueve, me caigo o en cualquier percance tropiezo. Además esa vez había hecho el gesto de acomodar mis prendas mientras veía por el rabillo del ojo como se acercaba el hombre que deseaba agredirme.
Luego de varios golpes certeros de mi parte y algunos manotazos al aire de su parte llegó el gentío, delegados incluidos, a separarnos, mejor dicho, separarme a mí de la paliza que le estaba propinando. Con el mismo tono calmado que mostré mientras se acercaba a la carrera el pobre hombre me separé de entre los brazos de quienes querían frenarme. Con la misma calma reacomodé mi atuendo y miré fijamente al gentío que allí se acercó y grité:
- ¿Dónde está el otro?
Pura bravuconada, pues en ese momento todo mundo deseaba que bajara el Espíritu Santo a calmar los ánimos y ver qué pasaría luego. Igual de calmado me mostré al ver que nadie pestañeaba y al cabo de unos segundos varias voces llamando a la calma.
- por favor, no puede ser, los pequeños, ¡qué ejemplo damos! …
- muy bien, acabemos el partido. Dije. … pero no quiero ver en el campo a esos dos señores.
El encuentro terminó con más tranquilidad que al comienzo. Ducha, reviso si hay magulladuras, una afeitada más para resaltar la calva y quitar el poco de barba que asomaba, resultado final y nada que poner en el acta. Un partido sin nada que reseñar.
El delegado del campo despide al resto de directivos, locales y visitantes. Luego vino a mi caseta, el partido ya se daba por acabado.
- ¿vaya genio que te gastas, eh?. A ti no se te suben a las patillas