Campeonato: 2000/01
Categoría:
Cadete
Equipos:
St Julià-OAR
Por suerte,
no todos los partidos son pesados, aburridos, mal acompañados, violentos o
memorables.
Hay veces
que más valdría la pena haberse quedado en casa leyendo, viendo una tontería en
el televisor o salir a pasear por donde Dios quisiera.
En el
partido que reseño no estuve muy bien aclamado por el público. Puede que hayan
tenido razón. Lo más seguro que no fuera así y que con ello se justificara su
conducta. Fui abucheado desde bien inicio del juego y en cada decisión que
tomaba.
De camino a
los vestuarios, luego de finalizado el partido, varios del público se acercaron
al lugar por donde había de pasar para retirarme del campo. Continuaron con
insultos y amenazas, no era por remediar ni mejorar nada, ni intención tendrían
de hacer eso.
Me rodearon
haciéndome difícil el avance y entre varios me gritaron. Vaya valentía, pensaba
entre mí. Un poco a la distancia y casi si moverse me gritaba un hombre de
avanzada edad. Yo, ya había superado al grupo de fanáticos que quedaron
retrasados. Al acercarse el hombre, bastón en ristre y en mi dirección, le miré
interrogando. Qué quieres? … o que piensas hacer con esa amenaza?.
Mala idea.
Al detenerme, quizás para enrostrarle al hombre su conducta, se volvió a
abalanzar sobre mí el grupo de personas que antes me molestaron. Me tomaron de
los brazos inmovilizándome y me llevaron casi sin tocar mis pies el suelo hacia
el vestuario.
Menudo
provocador es éste árbitro, pensarían ellos, habría que sacar del campo -y del
arbitraje- a una persona así de violenta. En esos momentos de tensión ya temía
por mi integridad y no podía decidir entre la defensa o esperar el primer
puñetazo.
Por debajo y
por mi lado izquierdo sentí la puntada de una patada que entre los que me
forcejeaban se coló. Era el momento que se reacciona o se aguanta el embate.
Estaba
inmovilizado del torso para arriba, sujeto por mis manos y brazo derecho. El
único punto de movimiento que me quedaba eran mis pies y el codo izquierdo,
flanco de donde provino el puntapié. Desde ese ángulo un hombre que me superaba
en 15 centímetros me miraba desafiante. Con rápido cálculo y más rápido
movimiento, le golpeo la cara con el codo que sabía que tenía sin confinar.
Con
extrañeza, el hombre me soltó y llevó sus manos a la boca que estaba ya
sangrante. El resto del grupo me soltó, quizás temiendo un desenlace
pugilístico, quizás extrañados que esa sola persona, entre el forcejeo de
varios haya reaccionado así y herido a uno de ellos. Rápidamente me colé en el
vestuario y el grupo se disolvió.
De regreso a
la delegación comenté lo ocurrido y lo puesto en acta con el delegado de
árbitros de la comarca. Otra persona del público visitante también le confirmó
mi historia.
A los pocos
días se presentó -ante ese mismo delegado- el señor que tuvo la mala suerte de
recibir mi codazo. El labio superior inflamado y con una cicatriz muy visible.
El delegado recordó
rápidamente la anécdota, ubicó el papel de ese hombre y se figuró la situación
que le relaté.
-Mira lo que
me hizo el árbitro argentino
El delegado,
sin hacer el gesto de invitarle a sentarse, le miró sonriendo desde la
distancia. Dejó unos instantes para teatralizar más la situación. Se figuró el
forcejeo entre varias personas y ésta en especial que era de estatura alta.
-Sí, ya me
contaron lo que pasó… Y tú; que estabas haciendo?