Temporada
2008 / 2009
Categoría:
femenino de 2ª
Equipos:
OAR Vic – Campdevànol
“Un partido se prepara mucho antes de celebrarse”
Gran máxima que prediqué cuando
dictaba las clases teóricas para los árbitros noveles y aspirantes.
“Señores, el partido ha de estar
preparado con suficiente anticipación para no encontrarse con imprevistos. Casi
siempre pueden preverse esos imprevistos”. Eran mis doctas palabras ante esos
bisoños que sólo pretendían ganarse unos euros y aplicar un reglamento. Casi
todos.
Un partido de fútbol femenino se
prepara con igual anticipación que el resto. Desde el momento que te asignan el
partido. Pero se disfruta ese preparativo de otra manera.
Un partido de equipos problemáticos tiene su carga. Fastidia a veces encontrarse con cierto público. Uno no puede entender como el grupo de padres o acompañantes de un equipo, y por ende, de una población, tienden a parecerse en las malas conductas y actitudes. No sólo hacia el árbitro, que es el primero en sufrirlas, sino hacia los propios jugadores, los jugadores y personal del equipo contrario e incluso con el público contrario.
Pero un partido femenino viene
precedido por imágenes. Las imágenes son de muchos tipos. Cuando intentas concentrarte
en la jugada y las jugadas posibles por venir, pasa una niña por delante de ti
y te inunda el olfato de un perfume profundo. No es un desodorante para impedir
transpiración o un agua de colonia para disimular aromas. Es un perfume en toda
regla y a veces de los caros. Uno sabe de perfumes caros cuando intenta saber
que regalar.
Otra imagen que ya prevés antes
del partido es el desarrollo de una falta o incorrección. Normalmente, las
actitudes éticas y de desenvoltura son mucho más lentas en las damas que en los
jugadores masculinos. Ellos te demostrarán desparpajo, despreocupación, desdén
o chulería. Ellas, desde el momento de entrar en vestuarios, están demostrando
algo. Ante sus compañeras, los novios o padres que les acompañan, los
directivos o público que estén mirándoles.
En las faltas, que son en un 90%
de las veces por torpeza o impericia, tanto la que recibe la falta como la que
la provoca se disculpan mutuamente. No importa si el árbitro decidirá que la
falta habrá de sancionarse hacia uno u otro lado. Si se resolverá con tiro
directo o indirecto. Si corresponderá o no amonestación o expulsión.
El cargo de una falta reside en
su simple causa. Si involuntariamente tocan el balón con la mano dirán: “hay,
perdonad, es que no me di cuenta”. Si coinciden en el balón los pies
contrincantes y golpean entre sí, ambos equipos se acercan a cerciorase que
ambas están en buen estado y si padece dolor alguna de ellas. Aparte, y sin
importancia casi, estará la decisión del árbitro.
Recuerdo un encuentro, luego de
una atajada del balón, la portera, se incorporó y devolvió la pelota al juego.
Comenzó a sacudirse el polvo de sus pantalones con tan mala suerte que una
contrincante le burla en una maniobra y consigue el gol.
Tantas imágenes y la seguridad
que el encuentro será lento en los movimientos hacen que siempre se prevea como
una tarea muy relajada. Casi un divertimento.
En el encuentro de referencia, el
equipo contrario era del barrio donde yo vivía. Quizás varias de esas jugadoras
las conociera de entre el vecindario.
Al presentarse la delegada, que
resultó ser la madre de un compañero de colegio de mi hijo, la charla se
prolongó por varios minutos. Acto que siempre permito pues creo que así piensan
que yo he de ser más tolerante hacia ellos. Supongo que me favorece eso, pues
al menos, no tendrán tantos motivos como para acusarme de mala predisposición.
De tanto retraso, y en contra de
mis mismas indicaciones a los árbitros noveles, de ir con suficiente antelación
al campo de juego, no pude completar el acta del encuentro en apuntar todas las
jugadoras. Comencé la revisión de fichas y salí al campo con la intención de no
retrasar la hora señalada y el propósito de continuar el llenado del acta en la
media parte.
El encuentro sería el más
memorable pues no hubo incidente alguno. Casi no hubo faltas. Aparte de las consabidas
y ya explicadas torpezas que no entrañaron ni peligro ni lesión ni sanción.
Era un encuentro que si hubiera
habido amonestaciones con tarjetas, el cierre del acta no las reflejaría. Un
partido que por memorable, merecía el olvido de cualquier detalle.
Entre los comentarios al entregar
las correspondientes copias del acta estuvo la de la delegada visitante de “qué
lástima que no vino mi hija a disfrutar del partido”. Lo tomé como un cumplido.
Era uno de esos partidos que sales tranquilo por un buen resultado: cero
lesionados. Lo festejamos delegados, entrenadores y árbitro con cafés en la
barra del bar del mismo campo.
Cerré el acta. Resultado final.
Firmas de capitanes (capitanas), entrenadores, delegados, agradecimientos
mutuos, despedidas, cobro del arbitraje y a casa.
A los pocos días me encuentro esa
delegada mientras esperábamos a los pequeños a la salida del colegio.
- ¿Qué tal mi árbitro favorito?.
Dice entre zalamería y sorna.
- ¿Qué tal mi delegada favorita?.
Respondo, con esa misma dualidad.
- Por suerte estaba mi hija
anotada en el acta. ¿Sabías que tuvo un choque con el coche ese mismo día?.
- ¿Le ha pasado algo? ¿se lastimó
o algo?
- Sólo moretones. Pero el coche
tiene un buen gasto por arreglos. El seguro del coche no me cubría ese
siniestro. Por suerte estaba puesta en el acta del partido aunque no haya ido.
En ese momento quedó muda
mientras me miraba. Estaba haciéndome sabedor de esa indiscreción. La niña se
habría ido por allí y al estar incluida en el acta el seguro de la Federación
de Fútbol le cubriría los percances tanto de ida, durante y después del partido
hasta su domicilio. El coche que conducía era el de la madre, la delegada en
ese partido, y por ello los gastos se reducirían al contratiempo de no disponer
de un coche durante el arreglo. La parte monetaria correría por cuenta de la aseguradora
de la Federación pues la señora estaría volviendo de un partido con su hija y
el árbitro era el que daría fe que ambas estaban en el encuentro.
Entre aturdido y molesto por no
entender esa confesión, le pregunté a la señora “ex” delegada:
- No debías de contármelo, ahora
que lo sé, me pones en el compromiso de informarlo y quedar mal ambos, pues yo
no dije la verdad en el acta (y tú te aprovechaste, pensé) o hacer como que no
me has dicho nada
- Pues, haz como que no te dije
nada. Dijo con visible tensión
- Eso vale más que un café. Dije
con tono pícaro
- ¿Cuánto más?. Me preguntó en el
mismo tono mientras miraba de reojo
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