Campeonatos
2011 / 2012
Categoría:
Infantil
Equipos:
Santa Eulalia - Roda
Luego de un par de minutos de partido ya supe del talante del público. “Dale, Boludo”, era el saludo normal de quien dice desde su gracioso monólogo: “ya sé que eres argentino y no me caes en simpatía”. Podría hasta buscarle el índice de catálogo, no era una frase original, y el que la pronunciara ya se sentiría a gusto de haberla dicho esperando la aprobación de sus iguales.
El clima se
caldeaba en pleno invierno pues las “gracias” siguieron en “argentino hijo de
P…, porqué no te vas a la m…”.
En esos
momentos ya no había un partido de fútbol para esos espectadores, estaba un
árbitro que en un momento u otro se podría equivocar y al cual molestarle. Si
un padre llevaba a su hijo al club a hacer deportes, estar con sus amigos en un
partido y desembolsar una suma de dinero en equipos, transporte y ficha
federativa, no importó, cayó toda esa dedicación en el olvido. El momento se
convertía en ocasión para insultar a un árbitro por si hacía mal o regular una
faena. Y si era por la presión, más se justificaba la conducta, así se
demostraba que el juez se equivocaba por torpeza o mala fe. Sin más tozudez que
el intentar demostrar esa intención por el valor de mil razones.
Al finalizar
el encuentro viene al centro del campo a gritarme una persona que por verse más
alta que mi, se me enfrenta a centímetros de mi cara y continuar dándome su
discurso por sobre mi frente. El señor me decía con esas maneras que “no hay
derecho” y “esto le enseñas a los chavales?”. Situación quijotesca; me gritaba,
amenazaba, despreciaba frente a los niños - que ya estaban tomando su misma
conducta, pues decían “vesten a la m…” mientras pasaban a mi lado- diciéndome
que yo les daba el mal ejemplo y enseñanzas.
En mis
pensamientos llegué a imaginarlo que me azotaría un puñetazo y a más me
enseñaría que no habría de usarse la violencia. Ese mismo perfil de público y padre “ejemplar”
lo habré sufrido en otros partidos. Incluso mi coche habrá sufrido algún rayazo
en manos de quien pensaba que así aprendería, o que era la justicia merecida a
un acto injusto de mi parte.
Le pregunté al
señor con la sana intención de demostrar mi aplomo: “y luego de este griterío,
comenzará a amenazarme, o sólo me dirá estas sandeces?”. El señor hizo gala de
mi mismo aplomo y dijo, en el mismo tono: “eso es lo que tú querrías, que te
agrediera". Más sinsentidos, deseaba convencerse que yo quería que me agrediera.
Por
identificarle, y sin muchas esperanzas de que me diera un nombre le pregunto:
“¿se puede saber quién es usted?”. A lo cuál el señor, echando hacia atrás sus
hombros responde “soy el Presidente”.
Si llegara a
sonreírme de esa frase sería lo último que recordaría al despertarme en los
vestuarios luego de un puñetazo suyo. No me convenía, me llevaba varios kilos
de diferencia, malos para correr y el disfrute, pero buenos para asentarse en
un puñetazo.
“El
Presidente”, repetí en mi cabeza. Era cuestión de ver por sobre sus hombros y
estaría la corte de guardaespaldas enfundados en trajes negros, gafas de sol,
radio enlaces y una flotilla de coches inmensos esperándole afuera. Mi juego
mental me daba la ilusión de al menos entender la situación. El señor
“presidente” habría sido investido hacía poco tiempo y con orgullo y vanidad
estaba enseñándonos su posición y la defensa de su club.
La mentira
continuó luego del partido pues “el Presidente” llevó su queja al colegio de
árbitros con más razones y acusaciones. Si el puñetazo no pudo darse en el
campo, se daría de otra manera en las oficinas, bien merecido estaba para él,
incluso las mentiras.
Molesto por
las mentiras dentro y fuera del campo que “el Presidente” había expandido, hice
una carta esperando descargarme de esas acusaciones. Le había puesto las
verdades sobre las mentiras y concluyendo con un “Debido a la antipatía e
intolerancia manifiesta de ese público debo solicitar tengan a bien no
asignarme más partidos donde pueda coincidir con esas personas. Considero que
así no tendrán ellos los motivos personales - de mi origen argentino o
anteriores actuaciones - que puedan moverles a tan repulsivas conductas.
Además, por mi propia educación, considero que no debo compartir labores con
personas que incitan a sus hijos en el insulto y desprecio a los mayores y les
alientan en la mentira.”
Así me dirigí
al colegio de árbitros para defender mi posición sólo llevando mi palabra o
convicción como pruebas. Allí me dijeron un escueto “las quejas se archivaron”.
Supe así que
ese era el mejor lugar para mi amargura y aquellas quejas.
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